viernes, 15 de febrero de 2013

1.

No. No te echa de menos. Deja de pensar en esas tonterías de volver a la calma de siempre. 


Es extraño cómo te cambia la vida en uno o dos días. Cómo un día tus padres se van a ver a tu abuela al hospital porque la pobre ya no está tan bien (o tan menos-mal) como los días anteriores, y pocas horas después- a las cinco de la mañana- el teléfono de casa suena para decir que tu padre ya no tiene padres y que tú ya no tienes a tu abuela favorita.

También, y de un día para otro, pasas de tener a personas con las que, si bien no puedes contarles todo lo que te pasa- excepto a ella, por lo menos hasta ESE día-, puedes salir a bailar y a intentar olvidar que nada va bien en realidad.


Pero lo más sorprendente es que la única persona con la que contabas no está ahí, y sin embargo aparece otra que te da todo el apoyo que necesitas y más.
Pero claro, yo y mi manía de no poder confiar en nadie más están ahí. Siempre.

Demasiados golpes.

En realidad, no tantos. Ni si quiera llegan a sobrepasar los dedos de una mano. Pero tan fuertes. De verdad, TAN FUERTES.

No lo superas nunca. Vives con ellos como si no hubiesen pasado, pero en cada sonrisa de algún amigo o en cada qué pelo tan bonito los puedes reconocer. Porque nunca se van ni piensan hacerlo.

Y duele.


Y no voy a decir que se viva mal estando sola. Pero hay días en los que no puedes ni respirar y sólo necesitas un abrazo. Y que tu madre sea tu única amiga no es tan bonito.


De todas formas, el domingo viene Ismael y le puedo contar todo. A lo mejor, me da alguna respuesta.
Aunque no lo creo.


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